Después de dos meses medio lisiada por la fractura de un pie, hace pocos días, tras salir de la consulta médica pase junto a mi parroquia a una hora en la que sabía que se encontraba el Santísimo expuesto. Decidí entrar y por primera vez, después de tiempo, me arriesgué a hacer la genuflexión, comprobando que tras ella podía incorporarme con escasa dificultad - poco antes lo había hecho en casa para buscar un objeto que se me había caído y me resulto casi imposible levantarme sin apoyar la parte lesionada- por lo que a continuación y armándome de valor, opté por arrodillarme en reclinatorio del banco.
Debo decir que para mi arrodillarme hasta hace poco (hasta que no conocí y "reconocí" a Dios) me había parecido una actitud servil y medieval, impropia del hombre moderno que todo lo sabe y todo lo consigue. Aun ahora, esas semi genuflexiones que se le hacen a determinadas autoridades, me siguen pareciendo ridículas y ´creo que , si se me diera - Dios no lo quiera- la ocasión de tener que realizar semejante protocolo, intentaría eludirlo buscando una solución más adecuada y acorde con mi manera de pensar.
Con estos antecedentes, quizá resulte extraña la enorme alegría que sentí al conseguir poder adorar al Señor con mi alma y con mi cuerpo. Porque me vengo dando cuenta de un tiempo a esta parte, que en determinadas posturas, como puede ser arrodillada o con las manos juntas, parece que la oración fluye mejor y la comunicación es más intensa. Lo que hasta poco antes me había resultado servil, ahora me parece un acto de total y absoluta libertad: arrodillarse ante Aquél que lo merece .
A medida que avanzo en el conocimiento y en el trato con el Señor, me nacen maneras nuevas de relacionarme con Él. En este caso, me sucede al contrario de lo que pasa con el común de las personas: aquí no me sirve el dicho ese de que "donde hay confianza, da asco". Precisamente , en la medida en que voy tomando más confianza con Él , algo me impulsa a mostrarme más respetuosa. Eso no quiere decir que anteponga las formas al fondo, sino al contrario: la amistad con el Señor me enseña mi insignificancia y Su Grandeza, mi fealdad y Su Belleza y éso me incita al reconocimiento de Su Soberanía no solo de manera espiritual, sino con todo mi ser, con mi carne mortal incluida.
La primera en asombrarme de este cambio paulatino de actitud he sido yo y por eso lo escribo. Para mi ha sido un descubrimiento personal, no un modelo aprendido aunque durante toda mi vida haya visto a personas arrodilladas en la iglesia. Junto con la recuperación física, el Señor me ha regalado también la alegría de poder arrodillarme.
"Shemá Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor.
Con estos antecedentes, quizá resulte extraña la enorme alegría que sentí al conseguir poder adorar al Señor con mi alma y con mi cuerpo. Porque me vengo dando cuenta de un tiempo a esta parte, que en determinadas posturas, como puede ser arrodillada o con las manos juntas, parece que la oración fluye mejor y la comunicación es más intensa. Lo que hasta poco antes me había resultado servil, ahora me parece un acto de total y absoluta libertad: arrodillarse ante Aquél que lo merece .
A medida que avanzo en el conocimiento y en el trato con el Señor, me nacen maneras nuevas de relacionarme con Él. En este caso, me sucede al contrario de lo que pasa con el común de las personas: aquí no me sirve el dicho ese de que "donde hay confianza, da asco". Precisamente , en la medida en que voy tomando más confianza con Él , algo me impulsa a mostrarme más respetuosa. Eso no quiere decir que anteponga las formas al fondo, sino al contrario: la amistad con el Señor me enseña mi insignificancia y Su Grandeza, mi fealdad y Su Belleza y éso me incita al reconocimiento de Su Soberanía no solo de manera espiritual, sino con todo mi ser, con mi carne mortal incluida.
La primera en asombrarme de este cambio paulatino de actitud he sido yo y por eso lo escribo. Para mi ha sido un descubrimiento personal, no un modelo aprendido aunque durante toda mi vida haya visto a personas arrodilladas en la iglesia. Junto con la recuperación física, el Señor me ha regalado también la alegría de poder arrodillarme.
"Shemá Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor.
Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas."