Por fin me decido a escribir algo mío, no un mero copia y pega que tanto facilita el internet. La verdad es que últimamente mi vida, en todos los aspectos ha debido ser muy gris, muy plana, porque en todo este tiempo no se me ha ocurrido nada sobre lo que hablar y como dijo Jesús, “ de lo que abunda el corazón , habla la boca”. Mi corazón no abunda nada por lo visto y la boca no tiene de qué hablar.
Esta mañana he ido a Misa de una a mi parroquia. En mi parroquia se celebran una siete Misas los días de precepto y casi en casi todas hay lleno total. Hoy, pese al calor, la feria y lo malo de la hora, pese a las vacaciones, pese a todo, estaba “abarrotá”. La edad media era elevada , yo diría que por encima de los 60, pero era una feligresía bien dispuesta, que cantaba y participaba animosamente. Yo, la verdad, no estaba para mucho. El sudor me chorreaba y me había dejado el abanico en casa. En la parroquia, al contrario de lo que sucede en otras más pudientes, no hay aire acondicionado y los sofocos hay que combatirlos a golpe de abanico. El sonido del abre /cierra de los abanicos es para mi consustancial a las Misas y me acompaña desde que era pequeña.
Como no había sitio, buscando, buscando, he ido a parar al primer banco, junto a una viejecita de esas que usan el carrito de la compra en sustitución del andador. Estaba allí, bastante peripuesta con su carrito de la compra colorado. El hecho de haberme puesto delante, me obligaba a mantener la atención - si bien la loca de la casa ha hecho de las suyas- porque me parecía que el sacerdote me miraba especialmente. Supongo que el hombre mirará a los que tenga más cerca y en este caso, yo era uno de ellos.
El caso es que llegado el momento de la colecta, observo como la viejecita pizpireta que había a mi lado, saca un billete de cinco euros, le dice algo a la recolectora y ésta, del canasto, va sacando monedas para devolverle: no sé a cuanto ascendió el cambio, pero el detalle me produjo risa. Aprecié como el sacerdote, miraba de reojillo y a mi me dio más risa todavía. Cuando llegó mi turno, no eché nada.
Al principio, la conducta de la anciana me pareció chocante ¡Mira que pedir la vuelta de un donativo! Después me miré a mi misma: estaba en el primer banco porque había llegado tarde a Misa, entré un vez comenzada y no encontré más sitio que ése. Me había puesto lo primero que pillé, decente, pero mas bien “ de trapillo “ y para colmo, pese a criticar internamente lo que me parecía una ridiculez- pedir la vuelta de cinco euros- me di cuenta de que más ridícula había sido yo, que no había dado nada. En cambio, la señora, en su estilo, se había arreglado perfectamente para la ocasión -que lo ameritaba, pues se trataba de una invitación a comer con el mismísimo Rey de reyes - había tirado de su carrito rojo de la compra para sostenerse hasta llegar al templo ; cantaba y respondía con todas sus ganas y había contribuido a la colecta. Por su aspecto, parecía una de tantas viudas que con la mínima pensión hacen filigranas para sobrevivir y aun así había depositado su óbolo que seguramente le hacía más falta que a mi el que no dí. Estoy segura de que a Jesús le complació más el ejercicio de economía doméstica de la viejecita presumida que mi aparente - aunque no consciente- desdén por el acto al que había sido convocada. En definitiva, de lo que abunda el corazón, habla la boca…… y también el bolsillo
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