En el origen de la existencia de la Sábana Santa encontramos tradiciones que ayudan a despejar algunos de los misterios
La Orden del Temple llegó a ser depositaria de la misma, tras numerosos avatares históricos y siendo objeto de codicia y persecución durante más de 1.200 años.
El principio de esta historia lo encontramos en unas cartas que Abgaro, rey de Edesa, envía a Jesús de Nazaret. Esas epístolas quedan recogidas en los Evangelios Apócrifos y abordan el deseo del monarca de ser visitado y curado de la enfermedad que lo atormentaba. La lepra o la peste negra han sido considerados los males que azotaban a la ciudad Siria –actual Urfa (Turquía)–, en la que Abgaro ostentaba su soberanía.
La respuesta de Jesús de Nazaret no se demoró y recogía su intención: «Es preciso que yo cumpla aquí todas las cosas para las cuales he sido enviado y que, después de haberlas cumplido vuelva a Aquel que me envió. Y, cuando haya vuelto a Él, te mandaré a uno de mis discípulos, para que te cure de tu dolencia, y para que comunique a ti y a los tuyos el camino de la bienaventuranza».
Sin lugar a dudas, sería un seguidor de Jesús que no practicase la ley judía, el que llevó hasta Edesa la Sábana, ya que los miembros del pueblo hebreo tenían muchos prejuicios sobre el contacto físico con los lienzos funerarios una vez que habían sido utilizados.
Siguiendo la tradición vinculada con esta historia, el rey se curó de la enfermedad y se convirtió al cristianismo junto a su pueblo.
En el siglo I San Jerónimo habla de la Sábana Santa, y doscientos años más tarde, San Silvestre obliga a que se celebre la Santa Misa sobre lienzos de lino blanco –corporales-, a semejanza de los que cubrieron el cuerpo del Redentor.
Hasta el año 525 no aparecería la Sábana, que fue emparedada sobre una de las puertas de entrada de Edesa. Aquel acto era una respuesta lógica ante los posibles daños que podrían hacerle los que querían hundir al cristianismo. La leyenda cuenta que el segundo sucesor del rey Abgaro, que recibía por nombre Mannu, no aceptó continuar viviendo bajo la Fe del Señor y regresó al paganismo. Su obsesión con acabar con cualquier atisbo cristiano, le hizo perseguir a los cristianos y destruir la Sábana Santa.
Recuperación. Pasados los años, sería Eulalio, obispo de Edesa, quien tiene un sueño en el que una mujer le revela que la Sábana Santa se encontraba sobre una de las puertas de acceso a la ciudad, tras unos ladrillos. A partir de ese momento, el rostro del Hombre de la Sábana Santa cobraría una gran importancia. Se mostraría la imagen del semblante de aquel hombre que había sido sometido a un martirio semejante al de Jesús, ya que el carácter mortuorio del lienzo con todo el cuerpo podía causar rechazo. Tabúes hacia la muerte, hacían que el lienzo fuese considerado como un objeto impuro.
Fue entonces cuando se le dio el nombre de Mandylion acheiropoiéton, que quiere decir «pequeña tela no pintada por mano humana». Del mismo modo surge la tradición de la Verónica, cuyo nombre Vera Icona significa «verdadera imagen». Derivó aquella historia en el paño que, camino del Calvario, quedó impreso con el rostro de Jesús de Nazaret.
La importancia del Mandylion alcanzó tales cotas, que en la batalla que tuvo lugar en el año 544 entre los persas, al frente de los que estaba Cosroes I, y los pobladores de Edesa, compatriotas del rey Abgaro, sacaron en procesión la reliquia por las almenas de la muralla, lo que hizo que la balanza del triunfo se decantase hacia su lado al provocar el incendio de las armas y andamiajes enemigos, que huyeron, según la Historia Eclesiástica redactada por Evagrio.
Los cambios religiosos producidos en Oriente no pasaron de largo por Edesa, que fue conquistada por los musulmanes. Romano Lecapeno, emperador de Bizancio, se marca como objetivo rescatar la Sábana Santa para obtener protección divina. El emir debía darles la Sábana para evitar un ataque, recibiría una gran cantidad de dinero y pondrían en libertad 200 cautivos musulmanes. Pero la comunidad cristiana de Edesa se negaba a desprenderse del Mandylion, por lo que la ciudad fue conquistada y la reliquia llevada hasta Constantinopla el 16 de agosto del año 944. Allí quedó en la iglesia de Santa María de Blanquernas hasta el 1204, donde era expuesta al culto los viernes.
Cambios. Según las crónicas, cuando fue tomada Constantinopla por la mal llamada IV Cruzada, los soldados se hicieron con la Sábana Santa, que fue trasladada a Francia.
Su llegada a Occidente tendría como protagonistas a la Orden del Temple. Después de ser tomada Constantinopla por las huestes cruzadas, se establecieron acuerdos entre los responsables del bando vencedor. Balduino IX de Flandes, que recibió el nombre de Balduino I de Constantinopla, se situaba a la cabeza del Imperio de Romania. Su sucesor, Balduino II, ante las dificultades económicas a las que se vio sometido, empeñó diferentes reliquias. La Sábana Santa fue a parar a manos de los templarios, gracias a su capacidad financiera y su obsesión por conservar todo lo que tenía que ver con el Redentor. El Temple custodiaba sus tesoros en la fortaleza de San Juan de Acre, luego se llevaron a Chipre y a Marsella. Villeneuve-du-Temple, fue su último fortín frente al Palacio Real en París.
Entre las acusaciones para acabar con la orden, promovidas por el Papa Clemente V y por el Rey Felipe IV El Hermoso, estaba que adoraban a un ídolo llamado Bafomet o Bafumet. Uno de los argumentos era que tenía dos cabezas y cuatro pies, como queda impreso en la Síndone.
El 12 de marzo de 1314 eran condenados a muerte en la hoguera los responsables en Francia de los templarios: Jaques de Molay –Gran Maestre–, y Godofredo de Charnay, que tenía el cargo de visitador de Normandía.
Reaparición. En torno a 1340, Godofredo I de Chany, Señor de Lirey, dice tener la Sábana Santa que quedaría expuesta en un monasterio de la pequeña localidad francesa. La similitud en los apellidos del visitador de Normandía y el Señor de Lirey, hacen pensar que se preservó la propiedad de la Sábana tras el duro golpe sufrido en Francia por la Orden del Temple. Tras una serie de avatares la reliquia llega a la Casa de Saboya, que la depositaría en la ciudad italiana de Turín en el 8 de octubre de 1578.
La iconografía ha tomado como referencia a lo largo de los siglos la imagen del rostro del Hombre de la Sábana Santa para representar a Jesús. Eso es algo que no pasa inadvertido para la historia de la humanidad. Su trascendencia es indudable, pero el verdadero alcance de su «rostro» está impreso en la Fe que nos ha regalado.
( Juan Carlos Estrada, La Opinión de Málaga)
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