¡Viva Cristo Rey!
EL SENTIDO DEL HUMOR DEL PADRE PRO
Nació el 13 Enero 1891 Zacatecas México - Murió mártir en 1927.
Beatificado por Juan Pablo II: 25 Sept. 1988
Desde pequeño fue virtuoso y alegre. Entró en el noviciado jesuita a la edad de 20 años.
Fue exilado durante la revolución mexicana. Ordenado en Bélgica en 1925 a la edad de 36.
Regresó a México en 1926 sabiendo que la iglesia era perseguida y corría grave peligro. Ejerció un intenso ministerio bajo persecución hasta que en el 1927 fue acusado falsamente de estar involucrado en un atentado contra el dictador. Antes de que lo fusilaran perdonó a los verdugos. Murió, como muchos otros mártires mexicanos, gritando: "Viva Cristo Rey"
Conferencia del P. Carlos M.
Buela a los seminaristas del Instituto
el 21 de noviembre de 1995, día segundo del triduo en honor del Beato Miguel
Agustín Pro, mártir
Voy a tratar un solo aspecto del Beato Pro. Sabemos que la alegría brota de la
caridad y que en definitiva es un don del Espíritu Santo. Por eso voy a tratar
del sentido del humor del Padre Pro, citando algunos testimonios y anécdotas.
De «Cocol» -así le apodaban de niño- se cuenta esta travesura que manifiesta el
sentido del humor que tenía desde niño:
«Un día se paseaba con su hermana, cuando se sienten atraídos por los gritos de
un grupo de rancheros. Era una venta de animales mostrencos (extraviados).
Precisamente en ese momento alguien ofrecía un peso por un burro viejo y cojo
cuyas costillas podían contarse. Una voz puja:
- ¡Un peso cincuenta!
Después otra voz:
- ¡Dos pesos!
Miguel, escondido detrás de su
hermana e imitando su voz, grita:
- ¡Dos cincuenta!
Y se escabulle hasta esconderse en
la esquina próxima. Como nadie ofrece un centavo más, el rematador adjudica el
viejo burro:
-¡Es suyo señorita!
Ella protesta.
-¡No ponga en ridículo a la autoridad, señorita! Usted lo compró, debe pagarlo.
María Concepción consigue a duras penas convencerlo de que ha sido víctima de
una broma. Y, en medio de las burlas de la gente, va a unirse con su hermano
Miguel, que, muerto de la risa, la espera en la esquina.
-¿Qué tal te fue con tu burro?, le pregunta... Ven, vamos a tomar un helado y
olvidemos lo sucedido.
En el restaurante ordena lo mejor que tengan, y mientras vienen a servírselo:
-¿Qué quieres?, le dice. ¡Ponte en mi lugar! ¡Tu harías lo mismo! Señoritas
como tú invitan a hacerles toda clase de locuras...»1 .
Era un bromista insuperable. Un verdadero hombre eutrapélico.
Un compañero, el Padre Francisco Mateos testimonia:
«No recuerdo que nadie se molestara por sus bromas -es decir, no faltaba a la
caridad-; el que las recibía era el primero en celebrarlas.
Resulta imposible narrar todas sus ocurrencias, que viven perfumadas de
gratísimo aroma en el recuerdo de sus compañeros. El Hermano Pro no se repetía
jamás. Pescaba al vuelo las ocasiones de agradar y proyectaba sobre ellas la
alegría .
Uno de los compañeros tenía la muletilla de decir ‘¿ve?’ El H. Pro, que sabía
música, compuso una tonada, en que entraba el ‘¿ve?’ con una nota muy alta.
Advertidos por el H. Pro todos los cantores, menos el interesado, se callaron
en el momento oportuno y sólo el pobre hermano lanzó un pleno comedor su
‘¿ve?’, agudo como el grito de un gallo.
Cuando vi la fotografía del P. Pro con los brazos en cruz, dando frente al
pelotón de soldados, me dije: ha dado a Dios y a la Iglesia más gloria que
todos nosotros con nuestros profundos estudios.
En 1917, los estudiantes de Filosofía fundaron una academia de Misiones
-¡fíjense que buena idea: una Academia de Misiones!-. Apresurase el H. Pro a
dar su nombre. A la sesión de inauguración, dedicada a la misión de China,
contribuyó de un modo muy original. A alguno se les ocurrió que se cantara el
himno nacional chino:
-Encuéntrenme la música, dijo el H. Pro; yo me encargo de la letra.
Hilvanando, uno tras otro, buen número de Ching, Fou, Chang, una hora
mas tarde presentó su texto. El poeta chino fue el héroe de la fiesta.
Solamente que al día siguiente el P. Provincial recibió una carta, cuyo autor
daba su dirección en chino. ¡Traducirla era sencillo, habiendo un chino en
casa! Se envía, pues, la carta al H. Pro para que traduzca la dirección. ¿Qué
hacer? Sabía, es verdad, unas cuantas palabras en que le enseñó un chino en
México, pero no eran de las buenas... Ayudado de algunos de sus pícaros compañeros,
de diccionarios y cartas geográficas, logra al fin descifrar la famosa
dirección y se la presenta triunfante al P. Provincial.
El H. Pro raras veces desperdiciaba la ocasión de dar una broma. Pero no hay
que juzgarle mal por eso. Sus amigos íntimos sabían muy bien que su jovialidad
habitual procedía ordinariamente de su heroica caridad.
Sabíamos todos cuándo había recibido malas noticias de su casa, porque en esas
ocasiones se mostraba más alegre que nunca, por virtud, para disimular su pena.
¡Cuántas veces, escribe otro, creíamos que sus chistes eran desahogos
espontáneos de su carácter, y sólo alguna contracción nerviosa de la cara, que
alguna vez le traicionaba, descubría a los más observadores sus fuertes dolores
de estómago!»
Otros ejemplos de su humor:
Para un compañero que al entrar al noviciado le habían colocado como «ángel
guardián», escribió las «letanías de San Panchito Altamirano»:
«7 años y 7 cuarentenas de
indulgencias
San Panchito............................................
ora pro nobis
Colector de estampas.............................
« «
Modelo de los devotos...........................
« «
Príncipe de los místicos.........................
« «
Rey de los inocentes...............................
« «
Patrono de los
arrobamientos................ « «
Procurador de éxtasis..............................
« «
Custodia de la 12a.
morada................... « «
Y por este estilo sigue durante una página, concluyendo:
Oremus
«Oh Dios, que quisiste darnos un modelo de misticismo y candor en el purísimo
joven san Panchito Altamirano, te rogamos que a imitación suya, entremos en la
bodega mística de los vinos, para que en éxtasis y deliquios de gacela
moribunda, crucemos esta pícara vida, hasta entreabrir el pico y morir, para ir
a gozar de tu compañía en el cielo. Así sea».
Sabía estar alegre en medio de las cruces. Cuando sufrió grandísimos dolores de
estómago que motivaron que le operaran en varias ocasiones el mismo año, desde
una clínica atendida por religiosas, responde en una carta a sus hermanos de
religión:
«Padre Pro de mi alma (me dije muy compungido, al ver tantas cartas y postales
sin contestación), es preciso que pagues la deuda de caridad de tus hermanos
poniéndoles unas cuatro letras.
Pero.., hijo de mi corazón (seguí yo hablándome), ¿cómo podrás hacerlo, si aún
no puedes asentar en la silla tu fundamento? (Estaba convaleciente de su operación
de hemorroides) Y ¿cómo dejar pasar el tiempo sin decir a los Padres y Hermanos
que estás muy agradecido a sus oraciones y a sus cartas.
Decídete, pimpollo (concluí yo), y aunque sea en carta colectiva, que ellos
tomarán como a cada quien dirigida, diles algo de lo que aquí pasa.
Y ...decidido, y suponiendo que los Padres... y Hermanos... no se enojarán
porque yo obre así, tomo la pluma en los dedos y digo:
Muy amados en Cristo padres y hermanos míos:
¡Salud y bendición apostólica!
¡Gracias, muchas gracias, pero muchísimas gracias por sus oraciones y mementos!
A ellas debo el que no haya tomado el revólver y hay cortado el hilo.. no de mi
vida, sino el que retiene en esta santa clínica o prisión de Saint-Remy. (...)
Para distraerlos un poco -y distraerme yo un mucho- les contará dos cosas. (la
primera no es tan interesante) (...)
La segunda cosa que voy a
decir, casi no la quiero decir.
Miren hijos, no se desedifiquen si me ven violar la clausura monjil el domingo
31 de enero y me miran penetrar en el comedor de estas monjas, mis carceleras.
El 31, se celebró la fiesta de la muy reverenda madre superiora de la clínica.
A las 4 de la tarde me conceden dejar la cama, para asistir a las comedias
familiares de las nuestras. Un padre de Enghien va a ir y... allá voy yo
renqueando.
En sendos sillones (el mío tenía encima un cojín de hule con aire comprimido)
se colocan de izquierda a derecha la reverenda madre general, el muy reverendo padre
Pro, la reverenda madre superiora. Detrás de la plebe; monjas y monjas; como
ochenta.
Cinco minutos de charla íntima y casera, aunque de lata mística a lo que a mí
se refiere, y... tin, tin, tin. Va a comenzar la función. No voy a describírsela,
pues no me creerán o dirán que exagero. Y no es para menos, y aun yo mismo me
frotaba los ojos por ver si soñaba...
En los intermedios, una monja vestida de cura, echó un sermón de santa
Epifanía, virgen y mártir, madre de los tres reyes magos, que nos hizo tender
de risa. Al final de todo, un canto a la madre superiora, en el que repetían su
nombre muchas veces y cada vez hacían una profunda inclinación de cabeza. Pero
el trueno gordo fue al acabarse la fiesta. La reverenda madre generala se levanta
y me pide delante de todas sus hijas, que les cante una canción que yo había
compuesto en francés... Yo, modesto y tímido, me resisto; alego mi debilidad,
mi impericia, mi enfermedad. Nada valió; un murmullo se levanta de entre la
plebe monjil, y... (a lo que llegas, Pro infeliz), más rojo que una sábana
blanca, me subo al escenario y canto mi canción, que obtuvo un éxito colosal,
digo mal, un éxito bestial. Y si Uds. supieran cuál era el texto, me colgarían.
Casi me comían a besos a la salida. Y yo del brazo de mi cojín de hule, más
avergonzado que ellas y sudando la gota gorda, me fui a mi cuarto y no a dormir
sobre mis laureles, pues la fiesta me dio un buen dolor de cabeza que me
desveló toda la noche. Claro, tenía que pagar mis majaderías.
He rehusado mil veces dar por escrito mi canción, que no sé si la quieren para
lectura espiritual y que yo no suelto, ¡por temor que sea un agravante cuando
se trate de mi canonización!
Siendo esto así, carísimos padres y hermanos, Uds. perdonen la lata que les he
dado; pero el gustazo que he tenido en charlar con sus mercedes, disminuirá en
gran parte, debido a su caridad (de Uds.) mi largueza de tinta y de gusto en
escribir.
De todos, ínfimo en el Señor, capellán, confesor ordinario o extraordinario,
consejero, director y consultor».
Finalmente, como rúbrica de este sentido del humor, está su alegría en el
momento del martirio, muy semejante a la de Santo Tomás Moro. Era la caridad la
que le movió a decir momentos antes de su fusilamiento: «Señor, tú sabes que
soy inocente. Perdono de corazón a mis enemigos». Y a sus enemigos: «Dios
tenga compasión de ustedes.. Que Dios los bendiga».
Cuando uno de los agentes le preguntó si lo perdonaba, le dijo: «No sólo te
perdono, sino que te estoy sumamente agradecido».
P. Carlos M. Buela, VE
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