miércoles, 8 de febrero de 2012

ALMA DE CRISTO ¡SANTIFÍCAME!



REZO MEDITADO DEL "ALMA DE CRISTO"
por Antonio Montero Moreno

I



     Doy por seguro, Señor, que millares y millares, por no decir millones, de hombres y de mujeres, a lo largo de más de cuatro siglos, han recitado el Alma de Cristo, siguiendo la recomendación de San Ignacio de Loyola, para el final de la oración personal o en momentos de especial intensidad religiosa. Esas
letrillas litánicas, que el santo nombraba todavía en latín, te presentan, Señor crucificado, un recital breve y silencioso de querencias íntimas, nacidas todas ellas de nuestra pobreza radical. Son las cuentas preciosas de un misterio del Rosario, a la vez doloroso y glorioso. Intentaré repasar, grano a grano, esta espiga de invocaciones.






Alma de Cristo, santifícame


      Tú sabes mejor que yo a cuántos equívocos se 
presta hoy el nombre mismo del alma. Entiendo 
por alma con la Biblia, la Iglesia y la tradición 
cultural a la que pertenezco, esa otra dimensión 
fundante, invisible e inmortal de  mí ser, que 
anima y sostiene la vida de mi cuerpo, que con él 
me hace persona, donde se asientan la 
inteligencia, la libertad, el amor y la dignidad del 
hombre. De donde brotan también, por su cara 
obscura, el pecado y la maldad, la abyección y la 
podredumbre moral.






     Sobre mi alma, que soy yo mismo, sobre su 
desnudez indigente y pecadora, derrama, ¡oh 
Cristo!, la gracia, la luz y la santidad de la tuya.





Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de Tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame,
y mándame ir a Ti,
para que con Tus Santos te alabe,
por los siglos de los siglos. Amén

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