domingo, 13 de mayo de 2012

EL PODER CURATIVO DE LA FE


   



  Con motivo de la Pascua del Enfermo, los Obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral, queremos ofrecer algunas reflexiones, a los enfermos y a sus familias, y a cuantos, desde sus diferentes profesiones, trabajan en el complejo mundo de la salud, de la discapacidad, de la marginación y de la exclusión social.

     Las palabras de Jesús a uno de los diez leprosos curados que vuelve agradecido, “Levántate, vete; tu fe te ha salvado” (Lc 17, 19) han sido el referente para la campaña de este año, ampliado el lema con el título “el poder curativo de la fe”. En éste y en otros relatos de curación, la fe suscita y alienta en el enfermo una confianza espontánea en el poder del Señor.

      El encuentro con Jesús transforma radicalmente su vida, y “la salud recuperada es signo de algo más precioso que la simple curación física, es signo de la salvación que Dios nos da a través de Cristo”. Dios inauguró la historia dando vida y el camino que ha recorrido el hombre es historia de salvación. En este camino, desde la vertiente de Dios, ha sido una expresión constante, ratificada una y otra vez, de su pasión por la vida, de su defensa de la vida frágil y amenazada, y de su designio de salvación que abarca todas las dimensiones de la persona. La expresión máxima de su amor a la creación es la nueva alianza sellada en Cristo, acontecimiento que coloca nuestra vida en un nuevo marco en el que estamos llamados a vivir como hombres nuevos. La Pascua de Cristo que celebramos con gozo en este tiempo, es el signo definitivo del Amor del Padre y el culmen de la Salvación: “He venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,10). Estamos llamados a la plenitud. Pero en la vida, la salud humana es siempre vulnerable, a causa de la enfermedad, del desgaste, del envejecimiento y de la muerte. Por eso, tarde o temprano surge la pregunta: “¿qué sentido tiene sufrir?” “¿qué va a ser de mí en ese trance?”, “¿qué hay después de esta vida?” Jesús anuncia que la salud que él ofrece es signo y parte de una salvación más total porque es definitiva. Se prolonga y se hace plena más allá de la muerte. “La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves que aquejan a la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud”.

     La enfermedad constituye una crisis global para el ser humano y una prueba para la fe. Es una experiencia singular que afecta a lo más íntimo y sagrado de la persona. Provoca un gran silencio interior en el que van brotando los pensamientos, los sentimientos, preguntas que buscan una razón de lo que nos pasa pero que no tienen fácil respuesta. Es una de las situaciones límite de la vida que nos lleva a encontrarnos con la verdad de nosotros mismos, de los demás y de Dios. Pone a prueba nuestra fe: puede destruirnos o ayudarnos a crecer y madurar, encerrarnos en nosotros mismos o abrirnos más en profundidad a los demás, alejarnos de Dios o acercarnos más a Él y purificar la imagen que de Él tenemos. Es la confianza que descansa en el amor de Dios y que nunca defrauda. Vivir la enfermedad y la muerte no es fácil humanamente. Vivir la fe en ellas, tampoco. Por eso, hablar del poder saludable y terapéutico de la fe, desde la experiencia de la enfermedad con todo su realismo, es recordar que son muchas las personas que, en la enfermedad y en la cercanía de la muerte, encuentran en su relación confiada con Dios, en la oración, en los sacramentos y en la pertenencia a la comunidad cristiana, alivio, consuelo, paz, sosiego, nuevas fuerzas y nuevas razones para seguir adelante.

  Cuando la fe se vive de verdad, sana, cura, salva y se convierte en fuente de salud. Pues la fe ayuda a afrontar la enfermedad con realismo, infunde aliento, coraje y paciencia en la lucha por la curación, o para asumirla con paz con todas sus consecuencias. Desde la fe se encuentra el ánimo para emprender la importante tarea de ir recomponiendo la vida y descubrir las nuevas posibilidades de ser útil, de iluminar y llenar de sentido la existencia. Apoyados en la fe recuperamos la comunicación con los demás, la confianza en el Padre y una nueva capacidad de seguir amando a Dios y a los hermanos aun en medio del dolor. Esta experiencia de fe que comunica serenidad, paz y esperanza, que consuela en la angustia y fortalece en la inseguridad, ayuda a sobreponerse ante la situación irremediable y a asumirla con entereza, poniendo confiadamente la vida en las manos amorosas del Padre y a confiarle nuestro futuro.

     En la Pascua renovamos nuestro Bautismo y afianzamos nuestra fe, don y regalo del Padre. Como el leproso curado que vuelve a Jesús y escucha: “Tu fe te ha salvado”, podremos decir “nos has bendecido, Señor, con el don de la fe que sana y salva y en la que todo encuentra sentido” y, agradecidos a Dios por el don de la vida, en cualquiera de sus acontecimientos, saldremos al mundo para proclamar que el Evangelio es el modo más saludable de vivir, que el encuentro con Cristo transforma y renueva, que la salvación es una oferta eficaz de la misma salud de Cristo.

Que la Pascua del Enfermo en este año en el que precisamente se inaugurará el “Año de la Fe”, ayude a los enfermos, a quienes sufren, a cuantos viven en situación de duelo, y a todas las personas que les atienden, a descubrir que la fe en el Señor Jesús, buen Samaritano, es la mejor aliada de nuestra vida. María, la mujer creyente y solidaria, que, por la vía de la adhesión inquebrantable a Dios, caminó hacia una privilegiada plenitud, nos acompañe en el camino de la fe.

Los Obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral

Sebastià Taltavull Anglada, Obispo Auxiliar de Barcelona Rafael Palmero Ramos, Obispo de Orihuela-Alicante Francesc Pardo Artigas, Obispo de Girona José Manuel Lorca Planes, Obispo de Cartagena-Murcia José Vilaplana Blasco, Obispo de Huelva


3 comentarios:

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  2. Gracias por publicar este magnífico documento divulgado con ocasión de la Pascua del enfermo! Lo recomiendo a cualquiera que pase por trances difíciles, especialmente, claro, la enfermedad.
    La enfermedad es una escuela de fe y de realismo. Según el grado, el pronóstico, las molestias y el contexto puede resultar una escuela de "alto rendimiento", unas clases intensivas.
    Mi experiencia, por si a alguien le sirve es que el camino para vivir bien ese trance : "Es la confianza que descansa en el amor de Dios y que nunca defrauda. " y " recordar que son muchas las personas que, en la enfermedad y en la cercanía de la muerte, encuentran en su relación confiada con Dios, en la oración, en los sacramentos y en la pertenencia a la comunidad cristiana, alivio, consuelo, paz, sosiego, nuevas fuerzas y nuevas razones para seguir adelante."

    ¡Feliz fiesta, colegas enfermos! Aunque no se vea, muchas veces no se reconozca y las más de las veces ni nosotros mismos somos capaces de apreciarlo, nuestra vida es preciosa, nuestra labor muy importante y el amor que Dios nos tiene, infinito. El no verlo, el no sentirlo, el que nos hagan sentir justo al revés, no es obstáculo para creerlo y vivirlo. la ocuridad de la Fe también es parte de nuestra cruz y en Jesús y María hallaremos también, seguro, momentos de solaz y felicidad. Un abrazo con todo mi cariño y consuelo

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    1. Efectivamente: La enfermedad puede convertirse en uno de los "talentos" que el Señor nos entrega y del que podemos sacar provecho o enterrar como el empleado de la parábola. Como dijo S. Pablo , todo contribuye para bien de los que aman al Señor. Un abrazo, Pilar.

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