Hoy, 23 de octubre, se cumple el cuarenta aniversario de la ordenación sacerdotal del P. Sebastián Vazhakala, MC, Superior general de los Misioneros de la Caridad Contemplativos, fundados por él mismo junto con la Beata Teresa de Calcuta .
Los misioneros son a menudo la voz de los sin voz, de aquellos olvidados de todos excepto del buen Dios y de sus fieles servidores, hombres y mujeres repartidos por todo el mundo llevando el mensaje de salvación a los más pobres de entre los pobres.
Como homenaje al P. Sebastián en esta fecha tan especial para él, copio un artículo publicado en el diario italiano 30Giorni por el periodista Giovanni Cubeddu
«Llegué a Italia solo, me mandó madre. Venía de Los Angeles, desde el aeropuerto fui directamente a Acilia, a una casa de campo sin agua, sin luz ni servicios higiénicos. El día después quería ya volverme a Los Angeles… y los primeros “candidatos a misioneros” que se presentaron ante mí, se fueron yendo poco a poco. De Acilia me trasladé luego a un semisótano cerca de la estación Termini de Roma. Luego encontré este lugar abandonado, entre las barracas –entonces había más de ocho mil– en la plazuela de Preneste. Al principio madre quería que me quedara en la estación Termini, luego una vez conseguí traerla aquí, lo vio y se alegró de mi decisión. El cardenal vicario Poletti dudaba, porque la sede de la plazuela de Preneste era un edificio en ruinas… pero yo me instalé en él igualmente, asumiendo toda la responsabilidad de mi decisión. Era el 8 de marzo de 1979, y desde entonces estoy aquí. Frente a las tentaciones y en los momentos de desánimo siempre he tratado de hacer como me aconsejaba madre: “Mira el crucifijo. Aunque sean muchos los que se han ido, Jesús nunca ha bajado de la cruz”. Madre perseveró, en el gran amor de Jesús hacia ella y en el gran amor de ella hacia Jesús».
“Madre”, el modo más sencillo para indicar a la Madre Teresa de Calcuta. Nunca usa otro término –en un italiano imaginable para alguien nacido en India, en Kerala–, el padre Sebastian, mientras regala algo de su tiempo y sus innumerables recuerdos sobre la madre. La escuchó la primera vez en marzo de 1966, en Ranchi, siendo él estudiante de filosofía, y fue a verla a Calcuta el mes de noviembre siguiente. «Nosotros hacemos el trabajo que nos da el Señor», parece repetir de nuevo la Madre Teresa, en el recuerdo del padre Sebastian, «no es un trabajo social o un servicio humanitario: hagamos lo que hagamos a quienquiera que sea, se lo hacemos a Jesús, estamos llamados a servir a los más pobres de los pobres. Y también a llevar una vida sencilla y pobre». Han pasado ya diez años desde que la madre, cuyo nombre de pila era Agnes Gonxha Bojaxhiu, murió, el 5 de septiembre de 1997, y son muchos los que han aprovechado la ocasión para recordarla, porque la llevan todavía viva en el corazón. También nosotros aquí, en 30Días.
Hace cuarenta años Sebastian Vazhakala comenzó su noviciado. Hoy es el superior general de los Misioneros de la Caridad contemplativos, una Orden fundada en 1979 por él y por la propia Madre Teresa. En la casa donde vive Sebastian, con sus hermanos, también descansaba la Madre Teresa cuando venía a verlo a Roma. Su pequeña habitación, sin embargo, está ocupada ahora por los muchos objetos necesarios para la vida cotidiana de los misioneros y sobre todo por sus huéspedes, los pobres, los sin techo. Estos salen esta mañana para afrontar lo mejor posible el día, y por la noche vuelven a goteo, para las vísperas, la misa y la cena en común, antes de descansar, por lo menos aquí, sobre una yacija. El albergue de estos pobres se llama “Casa Serena”, y Sebastian conserva todavía la foto del papa Juan Pablo II y la Madre Teresa mientras firman el folio en el que esta casa era todavía solo un hermoso proyecto diseñado a lápiz. La Madre Teresa no sólo firmó, sino que introdujo también una pequeña bendición.
«Madre era una persona práctica, no “rodeaba” sino que atravesaba las cosas que ocurrían y en el mismo momento confortaba, siempre, a quienes venían a pedir ayuda. Una vez, llevándome a la parte trasera de nuestra casa generalicia, donde todavía hoy los misioneros de la Caridad vivimos en adoración de Jesús –cuenta el padre Sebastian– me dijo esta frase, que luego compuso como una oración: “Cuando estoy sufriendo, mándame a alguien que esté sufriendo más que yo. Cuando estoy hambriento, mándame a alguien que tenga más hambre que yo. Cuando me siento sola, mándame a una persona que se sienta más sola que yo”. Estos encuentros con los más necesitados eran su consuelo. Eran la prueba de que el Señor, Él, ¡personalmente!, le pedía que testimoniara su redención». Como ocurrió en septiembre de 1946, cuando –contaba la Madre Teresa– el Señor le pidió que dejara la Orden de las Hermanas de Loreto, a la que pertenecía, para cuidar a los más pobres de los pobres, en Calcuta. Aquella fue su «llamada dentro de la llamada».
Las Misioneras de la Caridad recibieron en Calcuta el primer reconocimiento diocesano como Congregación en octubre de 1950. La Orden masculina de los Misioneros de la Caridad, en cambio, fue fundada por la Madre Teresa posteriormente, en 1963 (la rama contemplativa, como hemos visto, en 1979). «El porqué de su nacimiento lo explicó detalladamente ella misma», sigue diciendo Sebastian, que fue testigo ocular, «cuando aceptó hablar en el primer capítulo general de los Misioneros en 1972. “Nosotros no somos una Congregación iniciada para hacer cosas grandes e importantes”, dijo, “sino cosas ordinarias con extraordinario amor, cosas sencillas con gran amor. Lo que cuenta no es el éxito, sino nuestra fe… Recuerdo que uno de vosotros una vez vino a mí y me dijo: Madre Teresa, mi vocación es servir a los leprosos. No, le respondí, tu vocación es pertenecer a Jesús”».
En la capilla de la casa generalicia, la misma donde van a misa los huéspedes de “Casa Serena”, casi todo es obra del paciente y alegre trabajo manual de los misioneros y de sus amigos cooperadores laicos, fundados también por Sebastian con la Madre Teresa en 1984. En la plazoleta de enfrente, una estatua de María colocada en alto, sobre una columna de hierro, vela sobre el rinconcito de verde y caridad arrebatado hasta el momento al avance agresivo de los bloques circundantes (y al apetito de las inmobiliarias). En la iglesia, detrás del altar, hay un crucifijo, como en todas las casas de las misioneras y misioneros de la Caridad, donde Jesús, en el ápice de su pasión, dice: «Tengo sed», «I thirst». Desde aquí todo adquiere sentido y equilibrio, también las cartas más dolorosas de la Madre Teresa sobre la lejanía de Jesús, sobre la que últimamente se ha centrado cierto tipo de prensa. El padre Sebastian comenta: «Entiendo que quizá se requiera tiempo para comprender, pero –que el Señor nos ayude a decir ahora la verdad–, la verdad es simple: Madre Teresa compartió la pobreza, material y espiritual, de cada una de las personas que la encontraron, porque es lo que el Señor quería para ella. Y los ricos y los fuertes que no tienen fe son pobres como los desheredados de Calcuta. E incluso más. Este tipo de pobreza abunda en Occidente y en América, la espantosa frialdad y la indiferencia de la gente, tan centrada en sí misma y tan orgullosa…». Este es el frío del alma, sin Jesús, que se le pidió que tomara sobre sí. Y sin Jesús el infierno está al acecho. «Con mis ojos», sigue diciendo Sebastián, «he visto a hombres poderosos acercarse a ella con los ojos húmedos, o echarse a llorar delante de ella. ¿Acaso lloraban conmovidos frente a una mujer carente de fe? No, uno no se conmueve frente a la oscuridad. Madre Teresa deseaba que quienes la encontraban no la vieran a ella, sino solo a Jesús, y, como santa Teresita de Lisieux, madre decía que escondía tras una sonrisa su propio dolor. Y sonreía porque sí que se puede estar alegre incluso en los dolores sufridos por el Señor. Y cerramos aquí las especulaciones, porque no podemos pensar en excavar en lo profundo de su alma: el gozo de la Madre Teresa, incluso en su gran sufrimiento, padecido por la redención de quienes no tenían fe, sigue siendo un misterio insondable, que solo está en las manos de Dios».
«Nuestros pobres son gente realmente grande. Nos dan mucho más de lo que nosotros les damos a ellos», explicó una vez la Madre Teresa a quienes se habían reunido con ella en Los Ángeles, en 1977. «Y nosotros hemos de amarlos no dando algo que tenemos en abundancia, sino amarlos hasta que nos haga daño». Luego ilustró bien lo que quería decir con “nos haga daño”: la ofrenda de un sacrificio, incluso pequeño. Aquí también estaba el padre Sebastian y repite lo que le oyó a la Madre Teresa: «Hace tiempo en Calcuta nos quedamos sin azúcar y, no sé cómo, todos se enteraron de que la Madre Teresa ya no tenía azúcar para sus niños. Un niñito hindú, con solo cuatro años, fue a sus padres y les dijo: “No comeré azúcar durante tres días y le daré mi azúcar a la Madre Teresa para sus niños”. Sus padres no habían estado nunca en nuestra casa antes de entonces. Yo no los conocía. Llevaron al niño y él me dio el azúcar diciendo: “No lo he comido durante tres días. Dáselo a tus niños”. Aquel pequeño nos amó con un amor grande, nos amó hasta hacerle daño».
«Cuando soy caritativo», decía santa Teresita de Lisieux –de quien Agnes Gonxha, tomando los votos temporales en 1931 con las Hermanas de Loreto, quiso tomar el nombre–, «es porque Jesús actúa en mí».
Al padre Sebastian le hemos robado quizá más tiempo de lo debido. Pero ha sido para recordar a la madre. Ahora tiene que retomar su actividad cotidiana, que lleva a un padre general por todo el mundo. Mientras tanto, a esta ex periferia romana, donde vive, por la tarde regresan los dueños de la casa, es decir, los pobres, para quienes celebrar la Eucaristía y hacer la cena. Y para dar de este modo de “beber” a Jesús crucificado.
La entrada de Casa Serena, el albergue para pobres, en las cercanías de la plazuela de Preneste, en Roma, llevada por los Misioneros de la Caridad contemplativos
“Madre”, el modo más sencillo para indicar a la Madre Teresa de Calcuta. Nunca usa otro término –en un italiano imaginable para alguien nacido en India, en Kerala–, el padre Sebastian, mientras regala algo de su tiempo y sus innumerables recuerdos sobre la madre. La escuchó la primera vez en marzo de 1966, en Ranchi, siendo él estudiante de filosofía, y fue a verla a Calcuta el mes de noviembre siguiente. «Nosotros hacemos el trabajo que nos da el Señor», parece repetir de nuevo la Madre Teresa, en el recuerdo del padre Sebastian, «no es un trabajo social o un servicio humanitario: hagamos lo que hagamos a quienquiera que sea, se lo hacemos a Jesús, estamos llamados a servir a los más pobres de los pobres. Y también a llevar una vida sencilla y pobre». Han pasado ya diez años desde que la madre, cuyo nombre de pila era Agnes Gonxha Bojaxhiu, murió, el 5 de septiembre de 1997, y son muchos los que han aprovechado la ocasión para recordarla, porque la llevan todavía viva en el corazón. También nosotros aquí, en 30Días.
Hace cuarenta años Sebastian Vazhakala comenzó su noviciado. Hoy es el superior general de los Misioneros de la Caridad contemplativos, una Orden fundada en 1979 por él y por la propia Madre Teresa. En la casa donde vive Sebastian, con sus hermanos, también descansaba la Madre Teresa cuando venía a verlo a Roma. Su pequeña habitación, sin embargo, está ocupada ahora por los muchos objetos necesarios para la vida cotidiana de los misioneros y sobre todo por sus huéspedes, los pobres, los sin techo. Estos salen esta mañana para afrontar lo mejor posible el día, y por la noche vuelven a goteo, para las vísperas, la misa y la cena en común, antes de descansar, por lo menos aquí, sobre una yacija. El albergue de estos pobres se llama “Casa Serena”, y Sebastian conserva todavía la foto del papa Juan Pablo II y la Madre Teresa mientras firman el folio en el que esta casa era todavía solo un hermoso proyecto diseñado a lápiz. La Madre Teresa no sólo firmó, sino que introdujo también una pequeña bendición.
«Madre era una persona práctica, no “rodeaba” sino que atravesaba las cosas que ocurrían y en el mismo momento confortaba, siempre, a quienes venían a pedir ayuda. Una vez, llevándome a la parte trasera de nuestra casa generalicia, donde todavía hoy los misioneros de la Caridad vivimos en adoración de Jesús –cuenta el padre Sebastian– me dijo esta frase, que luego compuso como una oración: “Cuando estoy sufriendo, mándame a alguien que esté sufriendo más que yo. Cuando estoy hambriento, mándame a alguien que tenga más hambre que yo. Cuando me siento sola, mándame a una persona que se sienta más sola que yo”. Estos encuentros con los más necesitados eran su consuelo. Eran la prueba de que el Señor, Él, ¡personalmente!, le pedía que testimoniara su redención». Como ocurrió en septiembre de 1946, cuando –contaba la Madre Teresa– el Señor le pidió que dejara la Orden de las Hermanas de Loreto, a la que pertenecía, para cuidar a los más pobres de los pobres, en Calcuta. Aquella fue su «llamada dentro de la llamada».
Las Misioneras de la Caridad recibieron en Calcuta el primer reconocimiento diocesano como Congregación en octubre de 1950. La Orden masculina de los Misioneros de la Caridad, en cambio, fue fundada por la Madre Teresa posteriormente, en 1963 (la rama contemplativa, como hemos visto, en 1979). «El porqué de su nacimiento lo explicó detalladamente ella misma», sigue diciendo Sebastian, que fue testigo ocular, «cuando aceptó hablar en el primer capítulo general de los Misioneros en 1972. “Nosotros no somos una Congregación iniciada para hacer cosas grandes e importantes”, dijo, “sino cosas ordinarias con extraordinario amor, cosas sencillas con gran amor. Lo que cuenta no es el éxito, sino nuestra fe… Recuerdo que uno de vosotros una vez vino a mí y me dijo: Madre Teresa, mi vocación es servir a los leprosos. No, le respondí, tu vocación es pertenecer a Jesús”».
El padre Sebastian con la Madre Teresa
«Nuestros pobres son gente realmente grande. Nos dan mucho más de lo que nosotros les damos a ellos», explicó una vez la Madre Teresa a quienes se habían reunido con ella en Los Ángeles, en 1977. «Y nosotros hemos de amarlos no dando algo que tenemos en abundancia, sino amarlos hasta que nos haga daño». Luego ilustró bien lo que quería decir con “nos haga daño”: la ofrenda de un sacrificio, incluso pequeño. Aquí también estaba el padre Sebastian y repite lo que le oyó a la Madre Teresa: «Hace tiempo en Calcuta nos quedamos sin azúcar y, no sé cómo, todos se enteraron de que la Madre Teresa ya no tenía azúcar para sus niños. Un niñito hindú, con solo cuatro años, fue a sus padres y les dijo: “No comeré azúcar durante tres días y le daré mi azúcar a la Madre Teresa para sus niños”. Sus padres no habían estado nunca en nuestra casa antes de entonces. Yo no los conocía. Llevaron al niño y él me dio el azúcar diciendo: “No lo he comido durante tres días. Dáselo a tus niños”. Aquel pequeño nos amó con un amor grande, nos amó hasta hacerle daño».
«Cuando soy caritativo», decía santa Teresita de Lisieux –de quien Agnes Gonxha, tomando los votos temporales en 1931 con las Hermanas de Loreto, quiso tomar el nombre–, «es porque Jesús actúa en mí».
Al padre Sebastian le hemos robado quizá más tiempo de lo debido. Pero ha sido para recordar a la madre. Ahora tiene que retomar su actividad cotidiana, que lleva a un padre general por todo el mundo. Mientras tanto, a esta ex periferia romana, donde vive, por la tarde regresan los dueños de la casa, es decir, los pobres, para quienes celebrar la Eucaristía y hacer la cena. Y para dar de este modo de “beber” a Jesús crucificado.
esto es muy importante para la Iglesia.Otra forma de ser Laico sirviendo a los demás
ResponderEliminar