Todo el espíritu del Adviento vira a partir de hoy,
"Domingo de Gaudete”, hacia la alegría,
"Domingo de Gaudete”, hacia la alegría,
y esta alegría nos acompañará ya hasta la Navidad.
El Maestro Eckhart, un místico alemán medieval,
dice que en el centro de la vida de
Dios, en el corazón de la Trinidad,
hay una risa incontenible:
“El Padre ríe con el Hijo y el Hijo ríe con
el Padre, y la risa trae placer y el placer trae la
alegría, y la alegría trae el amor.”
La navidad es celebrar esta risa, esta alegría,
este amor, que vienen a nacer en carne
humana sobre nuestra tierra.
La alegría es uno de los aspectos más esenciales del cristianismo, San Pablo nos lo recuerda
en la segunda lectura de hoy: “Estad siempre alegres”. En la Carta a los Filipenses
Pero los cristianos no pasamos por ser precisamente
“la alegría de la huerta”. Cuando dices "soy cristiano",
tu interlocutor no suele pensar “¡Qué tipo tan divertido!
¡Qué bien me lo voy a pasar con él/ella!”
Pocas personas identifican hoy la iglesia con un lugar
(un dato objetivo es, por ejemplo, que los países católicos están entre los que más saben disfrutar de la vida),
pero también a que enla historia de la Iglesia ha habido
largos linajes de aguafiestas. Recuerdo haber leído en
una colección de homilías la afirmación de que
“Jesús no se rió jamás”. Es verdad que los evangelios
nunca describen a Jesús riéndose (tampoco, por ejemplo,
bostezando), pero sí nos lo presentan muchas veces
participando en fiestas. Juan nos dice que Jesús empezó
su vida pública en una boda, en la que realizó
un milagro para que no faltara el vino (Jn 2,6-10).
Mateo nos informa que los enemigos de Jesús decían de él:
"Mirad, un hombre glotón y bebedor de vino,
amigo de recaudadores de impuestos y de
pecadores” (11,19). En varios pasajes de los evangelios,
Jesús habla del Reino de Dios
en términos de banquete o de fiesta.
Los padres de la Iglesia escribirán: “Cristo ha venido
a animar una fiesta en el corazón de la humanidad”.
Eso es lo que celebramos en la Navidad,
y ya desde ahora, el Tercer Domingo de Adviento, el Domingo de Gaudete, el Domingo del “¡Alégrate!”.
Se podría incluso decir que la alegría es la
“prueba del nueve” del cristiano, una “marca
de agua” que no se puede falsificar. Podemos
forzar una sonrisa, e incluso blindarla a
prueba de contrariedades, como ciertos políticos.
Hemos aprendido a producir euforia
por medios químicos y a sintetizar el placer,
pero no hay droga ni truco que pueda generar
la alegría.
Una de las cosas que más llaman la atención cuando
uno visita los países así llamados del Tercer Mundo
es la alegría de la gente en medio de tanta miseria.
Se ríen, bromean, bailan.
Pero quizás lo más llamativo no sea su alegría, sino nuestra ausencia de ella.¿Por qué de la
Europa opulenta parece ausentarse
Europa opulenta parece ausentarse
la alegría? ¿Cómo es posible que haya
quien lo tiene todo, salvo la alegría?
Una respuesta que viene del evangelio suena
a paradoja. Nos lo recuerda Timothy
Radcliffe, uno de los hombres de Iglesia
europeos más lúcidos: “Una verdadera y profunda
alegría cristiana está enlazada
con la capacidad de experimentar la tristeza
y el sufrimiento".
que nos incomodan, puede estar
dejando fuera también a la alegría.
Un corazón compasivo, capaz de experimentar
la pena y la tristeza de los otros; una vida
que sabe asumir los riesgos de un amor
responsable, se prepara para la alegría.
Y podemos descubrir con asombro que brotan
de nuevo en nosotros las fuentes de la
alegría. Una alegría tan sencilla
que no necesita de efectos especiales.
Es algo que los cristianos estamos llamados a aportar al mundo.
Nietzsche puede representar a tantos no-creyentes cuando
expresa amargamente su deseo de que los cristianos
“Ojalá tuvieran cara de más redimidos;
ojalá nos cantaran cantos de esperanza”
Entre los papeles que dejó el Hermano Roger de Taizé
a su muerte, se encontró esta frase:
“A quien está en los límites de la pena, una alegría
de Evangelio puede serle entregada”
“En la noche surgirá una gran luz, la esperanza acampa
en la tierra, ¡aquí germinará la salvación de Dios!”,
cantamos en estas fechas de Adviento. Al abrir el
corazón, nos arriesgamos a que entren en ella
la decepción, el engaño, la pena y el dolor, pero también
puede venir a acampar en él la alegría y el amor, ...
Se ensanchará tu alma. En la Encarnación,
la Trinidad se abre a la condición humana.
En Cristo, Dios se hace vulnerable al dolor.
Jesús entrará en el mundo llorando, como todos los
niños y niñas. Pero Él viene, ante todo, a traernos
la alegría de la Trinidad y a
compartir nuestra alegría humana.
(Texto extraído de http://www.acogerycompartir.org/)
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