jueves, 24 de noviembre de 2011

LA ALEGRÍA DE DARSE A LOS DEMÁS

    





     En los últimos días circula  por todos los medios la noticia de que la lista de las personas más satisfechas y felices por el trabajo que desempeñan la encabezan los sacerdotes católicos y  pastores protestantes. A éstos le siguen los bomberos y fisioterapeutas.

     Tal estudio ha causado gran revuelo: parece extrañar que profesiones  ( aunque el sacerdocio no pueda entenderse como tal) que implican un mayor nivel de entrega y servicio  a los demás y algunas  incluso a costa de un   riesgo personal, puedan satisfacer a los que las desempeñan más que otras mejor remuneradas económica y socialmente. Sin embargo, ya Jesús nos dejó dicho: "Vosotros sabéis que los príncipes de las naciones las subyegan y que los grandes imperan sobre ellas. No ha de ser así entre vosotros, al contrario, el que entre vosotros quiera llegar a ser grande,  sea vuestro servidor y el que entre vosotros quiera ser el primero, sea vuestro siervo, así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos."


                                            





     No debemos olvidar  que el evangelio es la suprema regla de vida y que los que siguen esta regla tienen prometida la felicidad eterna. Por ello, el  hecho de que haya personas que  ponen su vocación de servicio a los demás por encima de otras  prioridades (dinero, poder, reconocimiento social....) y encuentran placer en ello, no debería resultarnos tan sorprendente.


  Hay una oración atribuida a la Beata Teresa de Calcuta que resume muy bien cuanto he intentado tan torpemente expresar :


Señor, cuando tenga hambre, dame alguien que necesite comida;
Cuando tenga sed, dame alguien que precise agua;
Cuando sienta frío, dame alguien que necesite calor.
Cuando sufra, dame alguien que necesita consuelo;
Cuando mi cruz parezca pesada, déjame compartir la cruz del otro;
Cuando me vea pobre, pon a mi lado algún necesitado.
Cuando no tenga tiempo, dame alguien que precise de mis minutos;
Cuando sufra humillación, dame ocasión para elogiar a alguien;
Cuando esté desanimado, dame alguien para darle nuevos ánimos.
Cuando quiera que los otros me comprendan, dame alguien que necesite de mi comprensión;
Cuando sienta necesidad de que cuiden de mí, dame alguien a quien pueda atender;
Cuando piense en mí mismo, vuelve mi atención hacia otra persona.
Haznos dignos, Señor, de servir a nuestros hermanos;
Dales, a través de nuestras manos, no sólo el pan de cada día, también nuestro amor misericordioso, imagen del tuyo.


     No sé si alguna vez  se os habrá presentado la oportunidad de  poner en práctica lo que predica esta oración. Pocas veces lo he hecho yo - que tiendo principalmente a ocuparme primero de mi y  segundo, de mi también -  pero  puedo   aseguraros que en las ocasiones en que lo he hecho, me ha resultado altamente reconfortante. Por eso, el "descubrimiento de Forbes" no me ha provocado un especial asombro. 

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